Virgen María

 

Consagración a Nuestra Señora de los Apóstoles

1- Oh María, Reina de los Apóstoles, cuyo ejemplo de vida nos inspiró a consagrarnos a tu Hijo,

concédenos profundizar y enriquecer nuestra fe y ese gozo duradero

que solamente tu Hijo Jesucristo puede darnos.

2- Ayúdanos a convivir en paz, amor y entendimiento.

Ayúdanos a crear comunidades unidas por la oración y que irradien hospitalidad.

Que todas las comunidades de nuestra Congregación tengan

un espíritu misionero y que estén dispuestas a afrontar los desafíos del tercer milenio.

3- Que seamos concientes de la presencia de Jesús en cada una de nosotras

y que podamos ser fieles a los votos que pronunciamos

el día de nuestra Profesión Religiosa.

4- Padre, tú nos bendijiste con tu Espíritu:

el Espíritu que nos da coraje para seguir adelante,

el Espíritu que nos enseña a amar.

No permitas que permanezcamos con los brazos cruzados porque

nuestra vida es ahora y hay mucho por hacer.

5- Que tu Espíritu de vida y santidad nos renueve en lo más profundo del corazón

y que siempre estemos unidas a Cristo resucitado.

Que María, la Reina de los Apóstoles esté con nosotras ahora y siempre. Amén.

Oración a Nuestra Señora de los Apóstoles

Señora nuestra, Reina de los Apóstoles,
Tú diste a Cristo al mundo.

Tú participaste la primera
en ese deseo de comunicarse
que animaba a Cristo.

Tú lo llevaste a Isabel y a Juan Bautista,
y lo mostraste a los pastores,
a los reyes Magos y a Simeón.

Tú reuniste a los apóstoles
en el retiro del Cenáculo
antes de su dispersión por el mundo,
y les comunicaste tu fervor
por la obra de tu Hijo.

Dame un alma vibrante y generosa,
audaz y acogedora al mismo tiempo,
un alma que sea testigo, en todo momento,
de que Cristo es la luz del mundo
y de que los hombres no hallarán la paz
sino en el establecimiento de su Reino. Amén

Autor: P. François Lelotte s.j.

ORACIÓN A MARIA REINA DE LAS MISIONES

 

Madre, junto a ti en la paz de este mundo, quiero caminar por el mundo, pasar cerca de todos los hombres. Ser el hermano universal. Iré contigo al África ardiente, por las verdes selvas, a visitar esta tierra de misterio y de esperanza. Llegaré a las playas lejanas de América como los antiguos conquistadores, no para despojar, sino para dar. Me detendré en la fatigada Europa, donde vela la blanca figura de Pedro. Me sentiré como isleño de Oceanía en las azules aguas. Haré un alto en mi camino en Asia, interminable, entre hombres amarillos, tu tierra, María.
Y entonces si, podremos hablar juntos a la Iglesia, de su extensión misionera y de la solicitud del Redentor. Mi Rosario, el humilde Rosario de mis horas distraídas, se verá revestido de una altísima dignidad, aprisionando en su anillo el mundo entero. No lo volveré a considerar como una consigna aburrida, una práctica puramente verbal. Con él juntos, haremos que progrese la obra de Jesús. Amén.

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María, Reina de las Misiones

María, Reina de las Misiones, soberana del mundo entero, Virgen purísima escogida entre millares, mírame con ojos piadosos postrado a tus pies para implorar tu maternal ternura tu auxilio eficaz en favor de millones de hombres y mujeres que no conocen a tu Hijo, a quienes El nos ha enviado a proclamar la Buena Noticia. Están sumidos en la impiedad e idolatría y gimen y lloran envueltos en las garras de la cultura de la muerte. Mira como sus almas sufren por no conocer al Dios Verdadero.
¡Madre mía! No conocen a Jesús, tu Hijo divino. No saben que por salvarlos, derramó toda su sangre redentora. No saben que, por mejor esperarlos, sigue allí clavado, extendidos sus brazos divinos, abierto el costado y sangrando el Corazón, mientras les dice: "¡Vengan a mi Corazón todos!".
¡Reina y Madre mía! Intercede por ellos ante tu divino Hijo, y alcanza con tu inmenso poder que la luz del Evangelio se derrame por el mundo entero. Que no haya religión, ni pueblo, ni hogar, ni siquiera un corazón que no adore a Cristo, fruto bendito de tus purísimas entrañas, y que no le honre como a su Rey y Señor.
Mírame, Madre amada, Reina de las Misiones, postrado ante tus benditas plantas. Y no te olvides también de mí. Miserable soy y pequeño, y no tengo otro refugio ni otra ayuda que la tuya. Amén

BENDITA..

Porque creíste en la Palabra del Señor,

porque esperaste en sus promesas,

porque fuiste perfecta en el amor.

Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,

por tu bondad materna en Belén,

por tu fortaleza en la persecución,

por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,

por tu vida sencilla en Nazaret,

por tu intercesión en Caná,

por tu presencia maternal junto a la cruz,

por tu fidelidad en la espera de la resurrección,

por tu oración asidua en Pentecostés.

Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos,

por tu maternal protección sobre la Iglesia,

por tu constante intercesión por toda la humanidad.

Juan Pablo II

  

Nuestra Señora de los Dolores

Señora y Madre nuestra:

tú estabas serena y fuerte junto a la cruz de Jesús.

Ofrecías tu Hijo al Padre para la redención del mundo.

Lo perdías, en cierto sentido,porque El tenía que estar en las cosas del Padre,

pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo,

en el Amigo que da la vida por sus amigos.

María, ¡qué hermoso es escuchar desde la cruz las palabras de Jesús:

"Ahí tienes a tu hijo", "Ahí tienes a tu Madre".

¡Qué bueno si te recibimos en nuestra casa como Juan!

Queremos llevarte siempre a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos.

Pero nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad Santísima. Amén.

 

Dame..

Dame tus ojos, Madre para saber mirar;

si miro con tus ojos jamás podré pecar.

Dame tus labios, Madre, para poder rezar;

si rezo con tus labios, Jesús me escuchará.

Dame tu lengua, Madre, para ir a comulgar;

es tu lengua patena de gracia y santidad.

Dame tus manos, Madre, que quiero trabajar;

entonces mi trabajo valdrá una eternidad.

Dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad;

cubierta con tu manto, al cielo he de llegar.

Dame tu cielo, Madre, para poder gozar;

si tú me das el cielo, ¿qué más puedo anhelar?

Dame a Jesús, oh Madre, para poder amar;

ésta será mi dicha por la eternidad. Amén.

A MARIA

Madre, dame Tu mano y no me sueltes,
Déjame apoyarme en Ti al andar,
Enséñame el camino que sólo me conduzca
A Tu Hijo con quien anhelo un día estar.

Pídele a El que perdone mis falencias,
Mi falta de paciencia, también de piedad,
Que me dé fuerzas para sobrellevar el peso
De las injusticias que me hacen a menudo llorar.

Enjuga mis lágrimas con Tu dulzura de siempre,
Cubre con Tu manto mis penas y ansiedad,
Regálame la paz que de Tus ojos mana
Y muéstrame las huellas del amor y la humildad.